viernes, 13 de enero de 2012

EL BOSQUE BAJO EL MAR

Una mañana bastante extraña, Claudia se despertó. Como todas las mañanas, miró a su alrededor: la ventana de su habitación, su réplica de un cuado de Dalí, su cama, ella misma dentro de la misma cama...

Como todas las mañanas, tras una placentera lucha contra el sueño, se levantó; abrió la puerta de la habitación y atravesó el largo pasillo que dividía su casa. Entró al baño, se quitó el pijama y se sentó en la taza para mear, produciendo un sonido una octava más alta de lo habitual. Aquello casi extrañó a Claudia, pero como aún estaba medio dormida no le dio importancia, así que cuando ya estaba bajo el agua caliente que salía de la ducha ya había olvidado esa curiosa rareza.

Después de un cuarto de hora de ducha caliente, Claudia cerró el grifo y salió de la ducha, mientras cogía la toalla y comenzaba a secar su cuerpo. Cruzó el baño lleno del espeso vaho y llegó frente al espejo empañado que desenfocaba su rostro en la superficie de cristal. Como todas las mañanas, con su mano izquierda se desprendió de la toalla que abrazaba su cuerpo, dejándola caer al suelo, mientras con la mano derecha limpió el espejo empañado.

En ese momento, Claudia fijó sus ojos en sus ojos y entró en un estado mezcla de aturdimiento y un miedo que no sabía de donde venía, hasta que se dio cuenta de que al levantarse esa mañana sus ojos eran de un verde frondoso en lugar del azul oceánico de siempre. Se miró el ojo izquierdo, luego el derecho, y ya no había duda: el color verde de sus ojos había mutado aquella noche.

Paralizada por la incertidumbre, no se le ocurrió otra forma de buscar una explicación que bucear en los sueños que había tenido esa noche... pero no pudo recordar ninguno.

Cuando, aún dentro de esa sensación que hacía a todo dar vueltas, iba a la cocina, sonó el teléfono. Claudia dejó que sonara mientras esperaba a que cesara aquel ruido que le molestaba. No sabía quién le llamaba, pero fuera quien fuera, Claudia no habría sabido qué contestar, ni qué decir. Mientras el ring seguía sonando, Claudia se acordó de George Orwell, y de Brad Pitt en Entrevista con el vampiro: "¡Louis, Louis...!"

Después de perderse durante media hora en ensoñaciones, Claudia volvió a su cocina, se sirvió el café, desayunó y reanudó sus tareas como todas las mañanas, como si aquella mañana no hubiera visto sus ojos verdes en aquel espejo.

Aquella mañana Claudia llegó media hora tarde al trabajo.

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